Soñé con verdes praderas, con lejanos horizontes, con pequeñas carreteras; con caballos galopando y un manada de bisontes atravesando el río. Soñé. Y este fin de semana quise hacerlo realidad.
De la mano de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR) nos vamos en busca de sensaciones y experiencias a la comarca segoviana del Duratón. Ese lugar de paredes rocosas que parecen cortadas a cuchillo, y de llanos cubiertos de sabinas y enebros. Espacios vigilados por los buitres leonados que surcan el cielo. Los alrededores del Parque Natural, cerca de Cantalejo, se extienden por los arenales entre pinos y lagunas. Tierra de tejones y zorros, y hoy también de lobos. Allí vuelan las águilas, los halcones y los milanos; y esa ave depredadora que tanto me gusta: el azor. A diferencia de las otras, es capaz de volar persiguiendo su presa a través del bosque cerca del suelo sorteando los árboles, en vez de lanzarse desde la altura. Como iremos nosotros con las motos en busca de nuestro destino.
Pero la historia de nuestra ruta de mototurismo comienza mucho antes, a primera hora de la mañana.
A través de la pequeña carretera del puerto de Navafría, con una temperatura bajo cero y la carretera rodeada por nieve, alcanzamos el primer hito de nuestro camino. Es la Cueva de Los Enebralejos, en Prádena. Una cueva en la que el guía nos explica que debemos entrar en silencio y recorrer con cuidado para no romper estalactitas ni estalagmitas. Fue necrópolis en la época calcárea. En ella podemos ver pinturas rupestres del año 2500 aC.
Seguimos. Por delante tenemos una buena jornada; serpenteante entre cañones y choperas, castillos como el de Castilnovo, villas castellanas como la de Sepúlveda e iglesias como la de Perorrubio o Sacramenia. Apenas disponemos de tiempo para disfrutar de una rubia fría y sin alcohol.
Nos espera la leña ardiendo en el camping Hoces del Duratón, en Cantalejo. Allí unos compañeros asan las chuletillas y demás viandas, otros parten el queso y otros sirven el vino. Y, todos juntos, disfrutamos de la mesa y de la riquísima sopa castellana que nos ha preparado la cocinera del bar de Naturaltur.
Por fin llega la tarde. Es momento de atravesar los pinares, de dejar atrás las lagunas y de alcanzar la Finca de Los Porretales. Nos recibe José Tovar con un afectuoso saludo. Nos montamos en su camión militar y nos conduce despacito a través de la finca. Nos cuenta sus anécdotas y nos habla de las especies autóctonas del lugar cuyo hábitat poco a poco ha restaurado. Efectivamente, -al margen de garzas, cigüeñas negras y otros animales-, aquí están los caballos galopando por la pradera; y la manada de bisontes desplazándose de un lugar a otro cruzando el río.
Atardece. El sol está a punto de caer. Con la noche nos alcanzará el frío. Debemos irnos. Nos despedimos con la promesa de volver a disfrutar de nuevo de una experiencia que sólo aquí se puede encontrar.
Nota: especial agradecimiento a José Tovar. También a Naturaltur y a Posada del Duratón.