Tierras altas de Soria

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Hace 225 millones de años los dinosaurios corrían libres por las tierras del Alto Arlanza. La Sierra de los Picos de Urbión en su falda Sur generaba el microclima adecuado para su supervivencia, una zona en la que abundaba la vida, el agua, los bosques y las praderas. Y, consecuentemente, los animales.

Antes de que llegue el invierno hemos puesto rumbo a estas tierras, en busca de lo que hoy queda de ellos: las icnitas. Las huellas de los dinosaurios impresas en la piedra.

A ninguno de los 32 compañeros de aemotur que hacemos la salida nos importa el frío, ni los días cortos, ni la cantidad de kilómetros que hemos programado en esta ruta que es la tercera entrega de nuestra saga de rutas sorianas, y que hemos llamado El Torrezno.

Al amanecer arrancamos los motores y ponemos rumbo a Soria a través de Guadalajara. A bajocero y por las pequeñas carreteras de la provincia, los kilómetros se suceden. Nos juntamos en Atienza, en el pequeño bar de la plaza; es nuestra tradición cuando subimos por allí. Echamos mano de los primeros torreznos para entrar en calor y permitimos que el grupo se junte. Seguimos. Soria espera.

En la altiplanicie de esta provincia agreste y despoblada dominan castillos como el de Gormaz o el de Berlanga del Duero; pequeñas ermitas singulares, como la de San Baudelio; y ríos pequeños y no tan pequeños, que son cruzados por antiguos puentes de piedra que esta vez sobrepasamos nosotros.

Los tupidos bosques que esconden el embalse de la Cuerda del Pozo hacen de frontera natural con el río Duero, en una zona más alta que la que inspiró a nuestro poeta Machado. En Duruelo cruzamos a la otra orilla, y por Salduero y Covaleda buscamos la pequeña carretera que nos introduce en los Picos de Urbión. Es la vía por la que alcanzamos el Mirador de Castroviejo. Esta carretera me seduce. Continuos rincones expresan romanticismo. Aún la alfombra ocre se resiste a la llegada del invierno, y estrechos cauces de agua serpentean por las laderas creando cascadas improvisadas. A unos 7 kilómetros, una vez pasada la desviación que nos llevaría al lado riojano, alcanzamos la pequeña pradera en la que se encuentra el Mirador de Castroviejo. Sin duda, merece la pena bajarse de la moto; caminar hasta las grandes piedras y subir las escaleras. La vista es espectacular. Se domina toda la comarca. El día soleado, aunque frío, nos acompaña.

La mañana avanza y aún nos quedan unos kilómetros para Regumiel. Allí sabemos que se hallan las icnitas. Al llegar imaginamos los dinosaurios a partir de una réplica construida en cartón piedra; y nos divertimos. Vemos sus huellas. Inevitablemente nos comparamos con quiqnes habitaron la tierra hace 225 millones de años. Hemos alcanzado nuestro objetivo de la ruta. Respiramos satisfechos el aire puro de la zona. Estamos felices, lejos de nuestras preocupaciones personales cotidianas.

Es zona de necrópolis. Todas valen la pena, pero como el tiempo es limitado optamos por conocer la de Quintanar de la Sierra, del siglo IX. Las tumbas se encuentran en forma de nido excavadas en las piedras más grandes, a lo alto y con vistas sobre el sur. Me llama la atención los huecos pequeños, probablemente de niños. Es preciso dejar las motos aparcadas y caminar un poco. La cultura bien lo compensa.

Por una pista forestal volvemos a Quintanar. En sus afueras el Restaurante Arlanza nos ofrece su comida con un buen precio y una buena atención. Dejo el lugar apuntado para nuevas incursiones que haré seguro. 

No demoramos la sobremesa. Alrededor de las seis atardecerá y nos esperan casi doscientos kilómetros hasta casa. Tengo un antojo: ver el atardecer desde el mirador del Cañón del Río Lobos. El curso del río asciende hacia el oeste, defendido por la cohorte de chopos pelados. El sol comienza a esconderse en lontananza. Misión cumplida. Un estampa preciosa.

En Buitrago nos despedimos los que tenemos menos prisa. Una buena jornada de mototurismo. Seguimos conociendo España con la Asociación Española de Mototurismo.

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