

Pienso en una provincia de paisaje variado. Pienso en una provincia no lejana. Pienso en bosques y en piedras. Pienso en praderas. Pienso en pequeñas carreteras entre pueblos históricos. Pienso en habitantes duros y callados. Pienso en ganadería y gastronomía.
Pienso que hace mucho tiempo que no ponemos nuestras agujas del gps apuntando a Soria. Esa que «ni te la imaginas». La de los pueblos deshabitados y los castillos defensivos en las lomas. La del repicar de campanas en días de niebla. La de las danzas celtíberas. La de Tierras Altas. Pienso: «Vámonos a Soria, la Tierra del Torrezno».
Javier Garmendia



Es invierno. Hará frío. ¿Qué más da? Nuestra equipación no es la de antes. Las bolsas de plástico en el interior de las botas y los periódicos debajo de la cazadora para proteger el pecho y cortar el frío han quedado en el recuerdo. AEMOTUR no deja la moto en el garaje esperando la primavera. Será una ruta de Luis, gran conocedor de esa zona. El se encarga de elaborar la ruta, obtener la información y escoger el lugar de la comida.
Más de veinte calentamos nuestras manos alrededor de una taza de café de gasolinera a las ocho y media. Estamos a punto de salir. Llueve. Arrancamos.
Juntos pero separados, independientes pero responsables, vamos disfrutando de lugares que no pueden dejarse de ver. Cogolludo, conocido por su plaza y su palacio ducal, que debe su origen sin embargo al castillo que se encuentra en la loma. Atienza, dominada por el castillo y fuertemente amurallada; con sus plazas soportaladas, su iglesia y su singular ayuntamiento junto al arco de Arrebatacapas. Gormaz, la fortaleza islámica más grande de Europa. Burgo de Osma, señorial y castellana; protegida también por su castillo. Su atalaya es un histórico símbolo del pasado bélico de esta tierra de frontera. Son muchos kilómetros desde que hemos partido, y ya hemos tenido ocasión de reforzar nuestro organismo con la primera degustación de torreznos. Los más aficionados a la fotografía inmortalizamos nuestra especial visión de estos lugares y otros muchos que hemos ido recorriendo.





Seguimos hacia nuestro objetivo. Las tierras altas esperan. Una última parada merece ser paseada con tranquilidad. Nuestro concepto de mototurismo obliga a bajarnos de la moto cuando vale la pena. Y en este caso, con creces vale. Hemos llegado al cañón del Río Lobos. Tenemos solicitada la autorización para la visita a su ermita templaria. El paisaje es encantador, nunca mejor dicho. Percibimos su energía. Nos quedaríamos más tiempo, pero el restaurante espera. Aún resta un buen número de kilómetros para quitarnos el casco y relajarnos alrededor de las anécdotas de la mañana; y de la comida cuidada que nos espera.






Recorremos la tierra de pinares que da acceso a Vinuesa. Junto al Duero -que aún mantiene un caudal joven y divertido- y a los pies de los Picos de Urbión y la Sierra Cebollera esta población muestra sus encantos. Su rollo jurisdiccional adjudicado por Carlos III, sus iglesias góticas y sus casas nobles se desperdigan por la localidad y nos invitan a una visita más tranquila.
Al otro lado del embalse de la Cuerda del Pozo y subiendo el curso del río llegamos al destino. Es el punto más lejano de la ruta. Ahora sí. Agarrotados tras más de cuatrocientos kilómetros previos a la comida, reímos y descansamos alrededor de las mesas que ha preparado el Restaurante del Hotel Rural Cebollera en Valdeavellano de Tera.
La vuelta es mucho más directa; no puede ser de otra forma. Estamos cansados. Tenemos frío. Nos detenemos en Almansa y allí nos despedimos. El atardecer cae sobre la plaza del Ayuntamiento y su pequeña iglesia. Una buena estampa para la última fotografía.

