Viviendo en Madrid, las cuatro provincias que conforman las esquinas de nuestra piel de toro son las más alejadas. Nos resulta imposible aplicar la fórmula “voy de paso” o “hoy llego tarde a casa, cariño”. Otras muchas ventajas tenemos, pero esa no. Por eso este verano he querido aprovechar mi estancia en la provincia de Barcelona para explorar este territorio.
No es mucho tiempo el que podría disponer, pero lo suficiente para sumergirme en un entorno que hace tiempo perseguía: el Montseny. Concretamente, recorrí El Vallés, La Selva y La Garrotxa; entrando desde El Maresme.
El Maresme es franja de tierra cubierta de frondoso bosque mediterráneo que, junto con El Vallés, esconde muchos secretos alrededor de sus perdidas masías y algún que otro monasterio. Las pequeñas carreteras y vías de tierra son imprescindibles para poder entender la zona y conocerla a fondo. Imprescindible la Sierra de Montnegre y el dolmen de Pedra Genil; interesantes, muchas más cosas.
Tras un infructuoso intento frustrado por las tormentas de verano propias de esta zona, nos dirigimos a Sant Celoni para acceder por este lugar a la entrada del Parque Natural del Montseny. Es la localidad de Campins quien nos da la bienvenida, que además ofrece cariñosos establecimientos para hacer una pequeña parada y tomar verdaderamente el inicio de la ruta. La carretera se vuelve pequeña; más de lo que era. Serpentea. Asciende rápido. A la derecha se asoma un paisaje de colinas más bajas cubiertas de pino mediterráneo. Sigo subiendo. La altura comienza a ser considerable, y el paisaje rocoso despierta. Incluso alguna sensación de vértigo me viene a acompañar; la carretera se asienta en el perfil de la montaña. Cuando parece que va a estrellarse contra la propia pared, un pequeño túnel excavado en la roca me permite el paso. Las débiles nubes de la mañana ya han desaparecido. El paisaje desde los tramos elevados es espectacular.
Comienza la bajada y me adentro en la comarca de La Selva. El entorno cambia. La misma pequeñísima carretera pero con otro envoltorio: un bosque mucho más húmedo y más cerrado. Quizá los ríos que discurren por el fondo del acantilado tengan la culpa. Me sorprende y me gusta cómo es un cambio de paisaje tan radical en tan pocos kilómetros. Subí por la ladera Sur, bajo por la ladera norte. A mi camino me encuentro con algunos grupos de motoristas. Al ver a los de las clásicas me digo “seguro que voy bien, éstos tienen que conocer la zona a fondo”. No me equivoco.
El reloj pasa mucho más rápido que los kilómetros. Debo asegurar el llenado del depósito de moto, porque no creo que en mis próximos cien kilómetros vaya a encontrar un lugar en el que repostar. Y el de mi estómago también. Mientras cargo el combustible localizo una masía familiar, ya en La Garrotxa. No queda mucho para que cierre la cocina, así que no me demoro. De lo que no me había dado cuenta es de que para llegar a ella debería recorrer un largo tramo de pista. Recupero fuerzas en una preciosa masía del siglo XVI acompañado por la amabilidad de Josep, su dueño. Vive allí con su familia y atiende el restaurante para los viajeros.
A través de campos de maíz y pequeñas aldeas de piedra decoradas con flores en las ventanas tomo de nuevo la carretera. Me dirijo Rupit. Precioso. Es un pueblo mágico en el que debe ser encantador descansar un par de días para disfrutar de la zona con calma. Pero no tengo tiempo; debo seguir. Salgo por el Sur, por una pista asfaltada que serpentea hacia el embalse de Susqueda. No sin antes desviarme hacia el Salt de Sallent, un salto de agua que en primavera debe ser espectacular. Se trata de recomendaciones que un compañero me dirige por Facebook. Así de solidaria es nuestra comunidad de moteros. Como no podía ser de otra manera, no falló en la recomendación. Es -quizá- lo más bonito del día, aunque es una decisión difícil.
La tarde avanza. El sol se dispone a caer en su rutina diaria. Pero el verano nos regala alguna hora más. La suave temperatura de esta fase del año acompañada del sol aproximándose a la línea del horizonte siempre me ha trasladado una sensación de tranquilidad difícil de describir. Lo disfruto. Tranquilo, al ritmo del bicilíndrico de Milwaukee, vuelvo a casa.
Espero repetir con los amigos de AEMOTUR (Asociación Española de Mototurismo) e invitarles a recorrer esta misma tierra mágica que hoy he podido disfrutar yo.